20190501

FUGA DE ESTÍO (1952)



Fatalidad
Yo soy como un paisaje… Tú eres trayecto y fuga.
Todo enferma de viaje al llegar a tus manos.
Estamos cerca… cerca… los ojos en los ojos,
y sin embargo, ya nos sentimos lejanos.

En ti hacen torbellino las rutas ignoradas,
los pájaros en vértigo, las tierras y los mares…
No puedo detener tu vuelo en inminencia,
ni tampoco seguirte por inciertos lugares.

Y me duele, no obstante, saber que serás frágil
a mi amor que te ciñe con nudos corredizos,
y me llaga por dentro, saber que has de olvidarme,
al reanudar tu ruta de senderos huidizos.

En ti, todo se barre… Eres trayecto y fuga.
En mí, todo se queda, indeleble y presente…
Es mi paso en tu vida como rastro en el agua.
mientras en mí te enclavas, definitivamente.



Hombre de amor
Hombre de Amor,
que en mí llegaste un día,
surcando de ansiedad mi cobardía,
mi miedo de vivir…
¿Por qué has venido?

¿Qué tumultuoso azogue de inquietudes
vaciaste en mi quietud?
¿Qué tropelía
de asustadizos ciervos despertaste,
en mi bosque,
al andar de cacería?...

Perverso cazador,
siempre furtivo,
que a la ventura vas…
¿Por qué has venido?...

Tiempo es de que te marches,
de que sigas
¡al trote del acecho
Y del peligro!

Mas, si te vas…
¿Qué importa?...
Ya no es tiempo
para mí de escapar;
¡Será lo mismo!...
Que en ti pisé la hierba
que da fiebre
y llevo ya el contagio
en los sentidos…
Y llevo ya tormentas
desatadas,
y una ansiedad de ti,
Desconocido.

Si lo que dormitaba,
tan adentro,
por mil años quizá,
despierto ha sido,
y me ha de preguntar,
furiosamente,
por qué te dejo ir
y a dónde has ido…
Y me ha de preguntar,
por qué, si marchas,
rastreando los senderos,
no te sigo.

¿Qué haré cuando me dejes,
entregada
de nuevo a mi indolente fatalismo,
viento vibrátil
que alocó mis frondas,
arrojando los pájaros del nido,
bárbaras turbulencias
removiendo,
hasta en los peces
de mi obscuro río?

¡Que se pierdan mi paz
y mi reposo!...
¡Que se pierdan las eras
Y los trigos!...
Hombre de Amor:
Olvida lo que dije…
Y se te marchas,
¡Llévame contigo!



Despedida
Se me durmió ya el tiempo en los ojos abiertos,
y aunque la voz noctambula de la hora de partida,
¡yo no quiero perderte en esta noche amarga,
más amarga que todas las noches de la vida!

La mariposa negra, en el presentimiento,
entró como las sombras, a decirme sin ruido,
todas las acechanzas del mar y las distancias,
rondando en las mansiones secretas del olvido.

¡Todo!... ¡Todo lo supe aunque no lo hayas dicho,
amor extraordinario que me hiciste completa!...
y sobre los silencios rotundos de la angustia,
carcome como un cáncer, la voz del mal profeta.

Midiendo los kilómetros y las millas que llegan,
yo te tiendo los brazos como dos largas vías,
para que a mí regreses, antes de haber marchado
por los caminos negros en que mueren los días.

Y aunque la voz noctámbula, desde sus torres altas,
frente a lo inexorable de la hora de partida,
¡Yo no quiero perderte en esta noche amarga,
más amarga que todas las noches de la vida!



Lejano, ausente tú…
Lejano, ausente tú.
Buscando siempre, el otro de ti mismo…
Y sin embargo,
me saturas toda;
Eres una presencia inextinguible,
Por los fluidos de amor que en ti he absorbido.

Eres casi corpóreo…
Muchas veces,
en alucinación de los sentidos,
mi caricia te palpa todavía.

Me saturaste toda:
como el aire,
como el sol…
Aún me nutro de tu oxígeno,
y la fuerte resina de tu aliento,
me impregna, como antaño,
en tu olor vivo.

Lejano, ausente tú…
¡No importa dónde,
en qué hemisferio estés…
si tú eres mío!

Si en los glóbulos rojos de mi sangre,
persistes con aliento estremecido,
y en lianas mil, vibrantes
como arpegios,
aun te anudas a mí…
¡Si no te has ido!

Lejano, ausente tú,
quizá no sepas
por qué buscas al otro de ti mismo,
y excavas en las minas del acaso,
encontrando el vacío.

¡Quizá no sepas
que l marcharse tu sombra
por el mundo,
te has quedado viviendo en mi espejismo,
y que total, tu indómita potencia,
sorbida por mi amor,
quedó conmigo!

Lejano, ausente tú,
¡Sólo una sombra,
tránsfuga irá sin mí, por los caminos!




Sinfonía en ámbar
Tus ojos amarillos como el sol de las tardes,
a través de las horas de distancia se embruman.

(Ahora, como entonces, hay en las viejas tardes
la niebla misteriosa y el amor que perdura.)

Tus ojos amarillos que bordearon mi ensueño
de invisibles topacios entre simas profundas.

Se me quedaron lejos, como un oro volátil,
se me quedaron lejos, filando la llanura.

Y también van filando sinuosas cordilleras
en el largo trayecto de tu viaje y tu fuga.

Y el contorno distante de la costa en que arribas,
mientras en mí, la tierra se vuelve taciturna.

Voy buscando a lo lejos, bajo el arco del cielo,
tus ojos de occidente en el sol que se oculta.

(Ahora, como entonces, hay en las viejas tardes,
la niebla misteriosa y mi amor que perdura.)


Canción triste
Se ha quedado sola
nuestra inmensidad;
porque ya no te amo
ni te puedo amar.

La canción es triste.
amargo el cantar;
pero ya no lloro,
ni habré de llorar.

No sé si tú me amas…
¡Oh, tranquilidad!
¡Para qué pregunto,
si no importa ya?

Déjame los labios.
Padecen frialdad…
¡Sabe Dios quién otro
los encenderá!

Sabe Dios quién otro!
Más tú no serás;
lo que no cuidaste
marchándose está.

Inútil si corres.
No corras detrás.
Aunque tengas alas
no los alcanzarás.

La estación ferviente
se ha fugado al mar,
tus besos, mis besos
en ella se van.

Horas de crepúsculo
sobre nuestro afán…
Ya ves que no lloro,
¡ni puedo llorar!




Mensaje
La estación de la noche, con un poco de luna,
en torres inalámbricas sus mensajes ondula,
y lleva, tras un verso pensativo de ausencia,
tu nombre, que con clave mi tristeza modula.

Y el verbo infinitivo que conjugué en tus labios,
copiosos de palabras
por mí desconocidas…

Todas eran distantes
como en los diccionarios,
antes de que llegaras
para prestarles vida.

No sé si tú percibas este mensaje,
Amado,
que emigraste a mis ojos
del mar de otras pupilas,
y que después partiste
a costas ignoradas,
tránsfuga de mis brazos y mi vida cautiva.

¡Mas te siento en la noche!...
Hasta donde abre el alba,
persiste tu perfume trascendente
que oscila,
de las altas estrellas en el talco insinuante,
y espolvorea el silencio, como leve caricia.

Y mi sensorio insomne,
corola misteriosa,
que vibra con tu fluido sutil,
desde tan lejos,
percibe que tus manos
me buscan,
y en la boca,
me besan, con tus labios,
los pétalos del viento.




Poema sin nombre
Pienso que estarás solo, viajando por la ausencia,
y que a veces, tu olvido reclama mi presencia.

Pienso, si al estar solo y a veces taciturno,
no buscas mis palabras en el aire nocturno,
aprendiz de tu nombre, que en mi boca besabas,
hace ya mucho tiempo, cuando quizá me amabas.

Cuando el verde follaje dorábase en tus ojos,
sobre la tierra nuestra, en que rubios rastrojos
decoraban las eras,
y maduraba azúcar el fruto en las higueras.

(¿Conserva aún tu boca el sabor de otros días,
y miras como entonces, con aurea llamarada?...
¿O también tú ya sabes de las melancolías,
que enferman la sonrisa y enturbian la mirada?)

II
¿Dónde estás, vagabundo? ¿Qué destino te envuelve?...
Hoy sé que de la ausencia el amor nunca vuelve;
Que existe un maleficio en las tierras distantes,
e impide a los viajeros volver al sitio de antes.

¡Ah!... ¿Para qué te fuiste?...
Si una dicha tuvieras, yo no estaría tan triste.

Pero al saberte solo, más solo que yo misma,
un dolor más que el mío, desolado, me abisma,
sintiendo que te apresan parajes inhumanos,
sin que una mano ponga su tibieza en tus manos;
mientras pájaros graves se agitan en la niebla,
y de obscura congoja tu soledad se puebla.

III
Amor que amarga el llanto… ¡Ah! ¿para qué te fuiste?
Mi corazón te sabe desamparado y triste;
triste, de una tristeza que antes no conocías,
cuando era tuya mi alma y tus pupilas mías.




La amarga especie
I
¡Míranos, Padre!... Somos
de raza mala y triste…
¿Por qué de tal materia
innoble nos hiciste?

Vivimos de pecado
y llanto cada día;
y turbia es nuestra angustia,
turbia nuestra alegría.

En esta carne, arcilla
opaca y dolorosa,
no caben las virtudes
del astro y de la rosa.

¿Somos siquiera malos,
Padre?... Somos pequeños,
y a veces nos redime
un minuto de ensueños.

II
Tú, que al venir pudiste
palpar nuestra miseria,
¿Cómo no exterminaste
tanta humana laceria?

Las bestias que nutrimos
de obscuros egoísmos,
y que después se arrojan
contra nosotros mismos.

La sórdida amargura
que envidia el bien ajeno,
y que satura al hombre
de perverso veneno.

¡Ay!... Somos miserables
del alma, conciencia y todo…
(De lodo nos hiciste
y en nos persiste el lodo).

III
Por instantes, la vida
al placer nos impele;
pero Señor, ¡tú sabes
que hasta el placer nos duele!

Que es, cuanto más intenso,
como una extraña lumbre,
que luego se nos vuelve
ceniza y pesadumbre.

Siempre en dolor, pagamos
un tremendo tributo.
(Si amarga es la simiente,
¿Cómo no serlo el fruto?)

IV
Somos la especie triste…
Perdónanos, por eso,
la embriaguez de los labios
al hallazgo del beso;

Los ojos que se absorben,
las manos que se estrechan;
mientras olvido y muerte
ya en derredor acechan.

Las noches que sembramos
de impuros pensamientos,
por mil más, de congojas
y de remordimientos.

V
¡Oh, Padre!... Si nos miras,
¡Sé piadoso, siquiera,
por cuanto nos conturba,
nos enferma y lacera!...

Porque desnudos vamos
De dicha y de certeza;
Sedientos de milagro,
Hambrientos de belleza…

¡Concédenos el alba
en nosotros dormida,
al cruzar, de la muerte
la zona enrarecida!

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