El dolor discreto
¡No quisiste oírme!...
Las palabras trémulas,
están suspendidas de los labios
míos.
Mi ansiedad, mi angustia,
lo que no te he dicho,
me amargan la boca
como un turbio vino,
como un turbio vino,
que de negra cueva,
para envenenarme
trajo cautamente oculto enemigo.
No quisiste oírme…
El dolor, furtivo,
andará de puntas
también,
y ya nunca lanzará su grito.
Será silencioso huésped de mi
casa…
Cuando las visitas
todas se hayan ido,
morderá mis carnes,
turbará mi sueño,
y en vano quisiera huir su
castigo.
Pero en cambio,
siempre será inofensivo
para tu sosiego
y para tu olvido…
Puesto que eres sordo,
Se habrá vuelto mudo
mi dolor,
y nunca lanzará su grito.
¿No quisiste oírme?...
Duermes, pues, tranquilo,
mi dolor camina
con suaves pisadas
como un gran felino.
Todavía
Todavía te aguarda mi fervor
infecundo,
con una fe imprecisa que se
prende a mi ser,
aun sabiendo que todas las
veredas del mundo
no han de bastar, amante, para
hacerte volver.
Se agudizan mis ojos,
desgarrando la sombra
que pudiera ocultarte un minuto
de mi afán,
y los vientos me fingen tu
canción, que me nombra,
y las hojas, el ruido que tus
pasos no harán.
Mil augurios me mienten tu
retorno imposible,
y distienden mis nervios en
ciega espectación,
mientras el ritmo viejo de tu
nombre indecible,
late amorosamente, dentro del
corazón.
Todavía te aguarda mi fervor
infecundo,
desmesurado y loco… Amante…
¿volverás?...
¿En cuál de los caminos o
veredas del mundo
Podrá alcanzarte el grito de mi
anhelo tenaz?
El círculo
Presa en implacable círculo de
hierro,
busco en vano tu alma
dentro de tu cuerpo.
Bajo tus miradas, de luces
ficticias,
ártico silencio
hiela mi ternura, mis áureos mirajes,
todos mis ensueños.
¿De qué raza inmune al calor de
Eros
desciendes?
¿Por qué extraña fuerza
se anima tu cuerpo,
sin pasión ni angustia,
sin dolor ni anhelo?
Brotan de tus labios, en locos
raudales,
palabras desnudas,
que yo no comprendo;
sonidos exangües,
sin un pensamiento…
Nunca un dulce canto,
nunca un bello verso,
¡nunca una palabra que pide el
deseo!
Ídolo sin nombre, de suntuoso
templo,
desoyes mis voces
y apagas mi fuego.
¿Por qué, pues te quiero,
Buda o monolito,
y hacia ti mis manos
implorantes tiendo?...
¿Es que basta acaso,
para someterme, la fuerza
inconsciente
de que vives pleno?
¿O qué, ya obedezco
cual brújula ciega, el roce
imantado,
torpe, de tu beso?
No podré saberlo,
porque sigo presa dentro de un fantástico
círculo de hierro,
donde mi alma busca el alma
extranjera,
¡que nunca ha existido
dentro de tu cuerpo!
Pregunta
¿Para qué esta fatiga
que me agobia,
y vivir… y vivir, frente a un
destino,
que niega a mi solar la rubia
espiga
y el prodigio en promesa, de las
flores de lino?
Si jamás he de ver mi troje
llena,
¿para qué la faena,
siempre igual e infructífera,
bajo el viento y la lluvia,
o en medio de la siesta
soporífera?
¿Para qué la ternura, que se
desborda a veces
de mí?
¿Para qué hacer un verso,
en el silencio terso,
o regar mi canción,
si volarán los días y correrán
los meses,
sin que nadie recoja mi furtiva
emoción?
Geografía
Me acomete, de pronto, un afán
errabundo
de cruzar los caminos y los
mares del mundo.
El Oriente dorado, la dispersa
Oceanía,
y otros rumbos inéditos para la
Geografía.
Navegar, al acaso, en un viaje
de amnesia,
con escalas en China, Ceylán y
Polinesia.
Tal vez Ceylán, me diera en una
pesquería,
otra perla más rara que mi
melancolía.
Y la China, joyante de mitos y
dragones,
me volviera el secreto de las
ensoñaciones.
O —tal vez— en las islas
primitivas y hurañas,
desharía mi vida sus inquietas
marañas.
Después de haber traspuesto la línea
ecuatorial,
que —hipotéticamente— es la del
bien y el mal.
Me acomete, de pronto, un afán
errabundo,
De cruzar los caminos y los mares
del mundo.
Arrójame — ¡Oh, Destino!
Arrójame —¡Oh, Destino!— en una
playa ignota,
que borre de mis ojos la
enfermiza visión
del paterno horizonte, que mi
existencia embota,
cual si fuera la celda de
tediosa prisión.
Lánzame al mar, que barre con
bárbara potencia,
la pueril esperanza y el
mezquino dolor,
para que azote el flanco de mi
fiel indolencia,
que anula en mis sentidos la
emoción y el fervor.
¡Qué el huracán me bese con su
hálito monstruoso,
como un amante nuevo, que no
habré de olvidar,
y arrancando las anclas de mi
viejo reposo,
me empuje hasta los rumbos donde
impera el azar.
Arrójame —¡Oh, Destino!— y en
esa playa ignota,
desnuda ya de harapos y civilización,
ante vírgenes tierras, que ningún
hombre explota,
recibiré el bautismo de la
renovación.
Revelación
Un erotismo ciego, impaciente y
amargo,
cabalgó en el silencio impreciso
del mal,
y azotó con espasmos el absurdo
letargo,
desatando en el templo furiosa
bacanal.
Afrodita, desnuda bajo el palio
de sombra,
lanzó su agudo grito —oráculo sensual—
y el sátiro inquietante del
instinto, en la alfombra
de las vírgenes horas, poseyó a
la vestal.
La vida, esposa núbil del cantar
de los dioses,
desgarró al fin sus velos, sin
rituales ni unción,
por trocar en profanos sus
hieráticos goces.
Mientras en el hastío de su
esterilidad,
los pálidos eunucos de la renunciación,
cataban vinos rojos
de voluptuosidad.
Reproche
I¡Ironía! —Dices que tú me desprecias,
porque ya —consciente—
huyes a las turbas de vírgenes necias.
Desdeña el presente;
Recuerda que antaño, igual que
si fuera
mullida litera,
me tendí amorosa y ávida en la
estancia.
larga de tu espera.
Fui virgen prudente de bíblica
boda…
Destilé en mis ánforas, por ti,
en la distancia,
mis ensueños —óleos llenos de
fragancia—
y cubierta toda
de frágiles telas,
engarcé en mis manos —arañas gemelas—
núbiles caricias, fingiendo
sortijas,
para que brillaran luego
bajo el fuego
de tus ojos, lámparas en luces
prolijas.
Por ti, hasta las hebras de mi
cabellera,
fueron seda viva a los
pensamientos
que tejí en las horas
de nupcial espera.
II
Y por largas noches, aguardé el
mensaje
propicio, en los vientos
de voces sonoras,
e incontables veces hicieron su
viaje
a mi obscura cámara, lívidas auroras.
No volviste nunca… —¿Lo
recuerdas?— Nunca…
Geométricamente,
mi vida de entonces la dejaste
trunca.
Nada extraño tiene que ahora —insumisa—
sacuda mi frente
de polvo y ceniza,
que —pues vivo y siento tan sólo
hacia fuera—
como mi pasado, mutile las
hebras de mi cabellera,
y limpie mis labios, con banal
sonrisa,
del rictus doliente
que marcó la angustia, con mano
precisa.
III
Ya ves, cómo en busca de locas
amnesias,
yo —virgen prudente—
voy entre los coros de vírgenes
necias.
Antípodas
Somos dos extranjeros —Nuestro idioma, diverso,nos hace inexpugnables uno al otro,
y en tanto que yo voy enjoyando mi emoción con un verso,
se desboca tu instinto, como arábigo potro.
Somos dos extranjeros —Desde rumbos
lejanos
y antagónicos, ambos, por un
raro capricho,
coincidimos un punto y
estrechamente las manos,
aunque ajenas, las almas nada se
hubieran dicho.
Y tú me amas —acaso— yo te amo a
mi modo,
mas nunca alcanzaremos perfecta aleación…
Te esclaviza el deseo —gran fetiche
de lodo—
y yo vivo posesa de una
alucinación.
Somos seres antípodas —El reverso
y anverso
de esta humana medalla que lo
absurdo troquela,
y aunque a veces te finges a mi
rito converso,
ni siquiera percibes mi caricia,
que vuela.
Y en vano descendiera la
políglota ciencia
como lenguas de fuego o cual
rayo mirífico,
hallarás en mi ensueño incurable
demencia,
y yo veré tu alma igual que un jeroglífico.
A Flou
Se hace borrosa mi siluetabajo la luz crepuscular…
Mi vida —loca veleta—
ha dejado de girar.
El viento —variable profeta—
acalló su pronosticar,
y el silencio, con ala quieta,
apagó mi inquietud de amar.
He aprendido muchas cosas,
que inútiles o insidiosas,
ahora pretendo olvidar.
Mientras mi fe, como sarcasmo,
el capullo de su marasmo
pugna en vano por desgarrar.
A modo de telón
Desnudez del ensueño que alucinó
mis ojos
con visiones fantásticas de luz
artificial,
en que locas falenas violan círculos
rojos
de innombrables pasiones y
cavernas del mal.
Excitantes amores, sonrisas —bambalinas
y seres que se agitan en estéril
ficción…
¡Todo eso que admiraron mis
ingenuas retinas
una noche, está inmóvil, sin
color ni emoción!
En su gran cueva insomne ha
guardado el silencio
las risas de la vida, el brillo
incidental
de los múltiples focos, en tanto
que presencio
cómo en mí la fatiga es gesto
inmemorial.
Miro decoraciones sobre un foro
ya frío;
personajes borrosos, con
menguada expresión…
¡Y por huir al tedio de mi
teatro vacío,
he bajado los párpado, a modo de
telón!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario