20190503

CANCIONES DEL AMOR PERFECTO (1939)



Canción del amor perfecto
El amor perfecto
ha venido al fin,
haciéndome plena
como nunca fui.

Dándome potencia
sagrada de amar,
con amor que es dueño
de la eternidad.

Éxtasis divino,
que hace caminar
bajo el sol y el frio,
sin quejarse ya.

Caminar descalza
sobre el pedregal,
bajo la sonrisa
de la inmensidad.

Sin velo en la frente
ni toca en la faz;
porque velo y toca
del huésped serán.

Del huésped que el sueño
nuestro robará,
pidiendo canciones
para su soñar.

Para cuyos labios,
como manantial,
nuestra sangre en leche
se ha de transformar.

El amor perfecto,
—¿sabéis? es así…
De los dones, nada
quiere para sí.

¡Nada, sino el don
de poder amar,
con amor que es dueño
de la eternidad!




Canciones al hijo muerto
I
Te fugaste a mi regazo,
y a mi balada de amor…
Están vacíos mis brazos,
y enmudeció mi canción.

Sutil gusano de seda,
mientras te aguardaba yo,
iba tejiendo un capullo
para ocultarte al dolor.

En mis manos devanaba
finas hebras de oro el sol;
para aprisionarte, redes
no bastaron a mi amor.

El agua, para tus linos,
un claro encaje espumó…
La encantada canastilla
te esperaba, como yo.

Y así se ha quedado, triste,
triste y sola, como yo…
En mi regazo vacío
vino a anidarse el dolor.

II
Hijo mío ¡tan pequeño!
¡Qué solito dormirás
bajo la noche de tierra
que no te deja llorar!

Cuando a ti llegue el invierno,
¡Cuán aterido estarás,
sin que mi aliento materno
te pueda allí calentar!

Y en cambio, mis tristes brazos,
en tu cuna mecerán
con mi pena tu recuerdo,
junto al fuego del hogar.

¿Dónde estás, hijo pequeño,
que naciste en mi penar?...
¡Para dormir, de seguro
te hace falta mi cantar!

III
Te he soñado muchas veces,
apretándote a mi ser,
y aún escucho los vagidos
que no dieras al nacer.

Desnudo y blanco te veo,
como en el instante aquel…
Pero tus ojos cerrados
están vivos y me ven.

¡Hijo que no tuve nunca
más que para padecer!
Hijo que murió en mi seno,
bajo luz de amanecer.

Escapada a mi tristeza,
niebla gris, te envuelvo a ver,
en un sueño transparente,
del que no quiero volver.

Dulcemente jugueteas,
apretándote a mi ser…
(¿Es tal vez mi sueño el cielo,
donde fuiste a renacer?)

IV
Soy como un cuerpo sin alma,
hijo, pues que te perdí.
Nada en la tierra o el cielo
podrá devolverte a mí.

Nada en el cielo o la tierra
tu sitio habrá de suplir,
aunque infantes me nacieran
de seda y ojos de añil.

Aunque me nacieran otros,
tan semejantes a ti
como iguales son las gotas
de lluvia en el mes de abril,

quedaráme en las entrañas,
como en tierra sin raíz,
esta oquedad desolada
en que te siento latir.

¿Para qué, pues, quiero infante
de seda y ojos de añil?...
¡Mejor quiero ser estéril
y agostarme en mi sufrir!




Esposo, sabio esposo…
Esposo, sabio esposo
del Divino Cantar…
¡Haz florido el sendero
por donde he de pasar!

Pues te doné mi vida
Y mis sueños profanos.
¡Sea grato el albergue
que me hicieron tus manos!

Tosca o suave, la tela
a mi cuerpo propicia,
la sienta el envolverme
cual tu propia caricia.

Dame tu mejor trigo,
para cocer con él
un pan sin levadura,
amasado con miel.

Bíblico pan de pascuas
de las horas serenas,
que juntos comeremos
en las íntimas cenas.

Hombre que elegí fuerte,
¡ampara mi flaqueza!...
¡Báñame en indulgencia!
No sabes cómo pesa.

El ser mujer, a veces,
cuando ansiando ternura,
a solas nos hallamos
mordiendo en la amargura.

¡Hazme la servidumbre
de amor, a mí, orgullosa,
como joyel que siempre
quiera lucir ansiosa!

¡Y bendiga en ti, Esposo
Del Divino Cantar,
el pan tierno, mi veste
y el rincón de mi hogar!




Canción de la vida que juega
¡Juguemos con la dicha, que nos alcanza
por los largos caminos de la esperanza!

A escondernos juguemos con el dolor,
por desvanes y estancias del interior.

Ligeros papalotes, las ilusiones
volarán por las nubes igual que aviones.

Acertijos hagamos frente a los días.
¿Qué traerán? ¿inquietudes?...¿quizá alegrías?

Si nos sube la rueda de la fortuna,
yo sé que lograremos al fin la luna.

O en la tómbola enorme del Universo,
nos tocará un lucero que ande disperso.

Despeinados, descalzos, como arrapiezos,
iremos por los bosques, vivos, traviesos.

Burlando a la experiencia, dómine obscura
o escapando a los lobos de la amargura;

Por jugar con la vida, el dolor, la suerte,
¡mientras que en nuestra busca llega la muerte!




La vida promesa
Por el encantamiento de la vida en promesa,
que bajo mi corteza,
—invisible se augura,
arrojaré las áridas nieblas de la tristeza,
y escaparé al contacto de toda cosa impura.

Tocada de prodigio, ésta mi carne obscura,
refractaria al influjo astral de lo que brilla,
irradiará sumisa para el que dentro espera,
lo mismo que si fuera
palpitante semilla,
del sol adolescente los mágicos efluvios
que hacen brotar los trigos y los cabellos rubios.

Perciben ya mis cinco sentidos expectantes,
lo que con ellos frívolos ni siquiera se advierte,
y la ronda armoniosa de todos los instantes,
lleva emociones nuevas que el habla no pervierte.

El paso de la luna es tácito mensaje
de que el Ansiado acorta hacia la luz el viaje…
(¡Oh, divino habitante de mi ser, por tenerte
en mis trémulos brazos y en mi vida futura,
sonriéndole a tu rostro, entraré sin pavura
al dolor que aniquila sobrehumano a la muerte!)




Tarea de mujer
Para Amalia de Castillo Ledón

Tarea de mujer,
paciente, ingrata;
mañana igual que ayer…
Labor de hormiga,
o como gota opaca,
taladrando la mole
gris, que forma la vida
cotidiana de un ser.

Quietud, resignación
a veces desolada,
en la caparazón
de una casa cerrada
que oprime el corazón.

Lento correr de aguja,
en que apenas se advierte
un hilo más;
y en el que por demás,
afán y sueño
sin cesar se invierte.

Igual que ayer, mañana,
ignorar la caricia
perfumada
de nuestra propia huerta,
en que el otoño oficia
con su capa dorada.

Pasar por nuestra puerta
primaveras, veranos,
sin que puedan besarnos
los rostros ni las manos.

Y así seguir,
hasta volverse vieja,
lo mismo que una abeja,
trabajadora fiel;
aunque algunos ni noten
tan siquiera la miel.

Labor ímproba; obscura
tarea de mujer…
¡Oh, cómo pesa,
los días que de amargura
se tiene el alma obsesa!




Tú, que bebes mi sangre,
blanca ya de ternura,
y por ti liberada
de toda mezcla impura.

Tú, flor viva y divina
que nació de mí misma,
como don inefable,
en prodigio que abisma.

Y que inconsciente buscas
mi savia y mi calor,
e ignoras de tu fuerza
contra el mal y el dolor.

Sé como ahora, siempre
tan pequeño en mis brazos;
aún después que la vida
te tienda bellos lazos.

Aunque tengas la clave
de las cosas que ignoro;
¡Contémplenme tus ojos
con infantil azoro!

Aunque seas fiero y ágil
domador de destinos,
¡Ven siempre a que arrebujen
tu arrogancia mis linos!

Tú, ¡más mío que nadie!
¡Como de nadie mío!
Sol pequeño en la tierra,
viejo planeta frío.




Romance del niño perdido
A Emma Piñeyro

El niño perdido llora,
llora perdido en la calle;
porque no encuentra las huellas
que han de llevarlo a su madre.

Se van ausentando la gente
conforme se hace más tarde.
—¡Por qué lloras, niño, dime?
—Porque no encuentro a mi madre.

Mirando las luces rojas
y azules, que en la noche arden,
escapóse de su mano
sin que lo sintiera nadie.

Tal vez al bajar el alba
por los montes y los valles,
encuentre el niño las huellas
que han de llevarlo a su madre.

Mas en tanto ella, angustiada,
muerde y desgarra sus carnes,
y desgarra con sus gritos
la indiferencia del aire.

Bien quisiera la Vía Láctea
por su camino llevarle;
pero se encuentra tan alta.
que no es nada transitable.

Sobre la pizarra negra
de sombra que todo invade,
dibuja el miedo fantasmas
que al niño hielan la sangre.

Y con su llanto caen gotas
de lluvia sobre la calle…
Ningunos brazos le acogen;
ninguna puerta se abre.

Sólo un perro desvalido
se acerca y sus manos lame…
El niño perdido llora,
¡y no lo recoge nadie!...




Himno a las razas del mañana
Para el profesor Francisco Nicodemo

Razas felices del mañana,
que ignoraréis lo que es la guerra;
¡sean mis hijos de los vuestros
para que no manchen la tierra!

Para que hablen el lenguaje
de una gran raza universal,
y no lleven la servidumbre
del odio lucha por el pan.

Para que miren la injusticia
cual trasgo de época prehistórica
y tengan siempre para el hombre
una larga sonrisa eufórica.

Y en la Malasia y el Egipto
saluden al hombre que pasa,
porque entonces en todas partes
estarán en su propia casa.

Y no los habrán injuriado
con murallas ni con fronteras,
torpes baluartes con que han hecho
a las naciones extranjeras.

Razas felices, razas nuevas
que tendréis el nuevo Evangelio,
donde existir puedan a un tiempo
Cristo, Lenin y Marco Aurelio.

Que no prediquen sucios apóstoles
ni enturbien torvos sacerdotes,
para unciros en un arado
o hacernos míseros galeotes.

¡Razas felices! ¡Razas puras!
Sean mis hijos de los vuestros,
y se laven en vuestras aguas
los pecados, rojos ancestros.

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