20190506

LA INQUIETUD JOYANTE (1927)

La durmiente
Herrumbroso lago de melancolía,
donde se desliza la piragua mía,
con lento bogar…
¿Qué atracción oculta tu quietud entraña,
por qué maleficio, por qué fuerza extraña,
jamás tus orillas logro bordear?

En vano me llaman voces de alegría,
y empapan mis ojos las tintas del día,
cuando el horizonte se empieza a argentar;
el imán que emerge de tu abismo mudo,
o acaso algún genio fatal y sañudo,
tu imperio de niebla me impiden dejar.

A veces, cansada, con un invencible
sopor en el cuerpo, tu seno invisible
quisiera violar,
y ávida, contemplo tu lámina fría,
donde abrevia el viento la larga elegía
que late en la lira rodante del mar.

Adivino un lecho de algas silenciosas,
en tus grutas verdes, hondas como fosas,
para descansar,
y anhela por eso, la triste alma mía,
en tu fondo inmóvil de melancolía,
ser una durmiente multisecular.


Peregrino

A mi gentilísimo amigo el

Dr. Rafael Cruz


Yo sé que al cabo, amante, seguirás tu camino
cuando te hayas hastiado de mi pan y mi vino,
y del albergue tibio, que acogió en el invierno
la fatiga infinita de tu ambular eterno.


Sentirás la nostalgia de las tierras brumosas,
y la intemperie, el viento,
las brisas salitrosas
que estrujaron tu rostro con su bárbaro aliento,
te llamarán de nuevo, con voces imperiosas,
y olvidaras mi fuego, mi canción y mi cuento.


Despertará el anhelo de tu alma aventurera,
amante de la lluvia
que se impacienta afuera,
y al destejer tus dedos de mi cabeza rubia,
se llenará de sombra mi larga cabellera.


¡Y no me dirás nada!...
Mas sin rendirme al sueño,
por la fuerza invisible de mi angustia callada,
atisbaré tus pasos, sorprenderé tu empeño
y furtivo, una noche como aquella de invierno,
en que cortaste el hilo de tu ambular eterno,
silencioso, inconsciente, como el propio destino,
sin mirarme siquiera, seguirás tu camino.


Paisaje
En el cielo, zafiros diluyeron intenso
colorido, tornando vivo azul el cristal…
El follaje amarillo va danzándole al viento,
que canta una preciosa sonata otoñal.

Semeja el quieto lago una verde pupila
abierta al infinito, ávida de color,
por donde corre a veces una onda fugitiva,
o la espuma de un cisne que rompe aquel sopor.

Aun el campo hace versos. El ensueño de octubre
en la tarde se siente, y me besa y me cubre
con las alas de una rezagada ilusión…
Y yo pienso: «Al fugarse el otoño, Dios mío,
cuando caiga el invierno, todo estará sombrío,
y así, como el paisaje, será mi corazón.»


Tic Tac
¡Oh, la fatiga inmensa de ir contando las horas,
en un reloj tan lento
que no acaba jamás…
En el reloj de arena
del hondo sufrimiento,
que golpea mis sienes con su eterno tic tac!...

¡Oh, la angustia nocturna que rebota en las sombras,
devolviendo en un eco
ese ruido tenaz
del corazón, que estalla
desesperado, seco,
también con un eterno e isócrono tic tac!...



Fruta prohibida
Recorro ávidamente el jardín de la vida,
buscando, siempre en vano, la fruta prohibida.

Con el afán inquieto de la primera culpa,
he gustado las uvas, la perfumada pulpa
de la manzana tierna,
y el fresco terciopelo de los duraznos,
sin que calmen mi sed interna.

Desgrano entre los dedos el oro de las mieses,
y, rompiendo la concha morena de las nueces,
hurgo curiosa, dentro,
por ver si acaso en ellas algún indicio nuevo
para mi enigma encuentro.

Y en la búsqueda inútil, interrogo a la araña,
la hosca tejedora del huerto, tan huraña,
que nada me contesta,
y prosigue tejiendo quietamente su tela,
en la paz de la siesta.

Vuela mi audaz pregunta de los campos de Ceres,
a la granada roja de los atardeceres…
¿Acaso está en la muerte la fruta prohibida
de la sabiduría que me niega la vida?



Verso íntimo


A mi hermana Otilia


Hermana: ya la hora se arrebuja en tinieblas,
y penetra a la estancia que con tus risas pueblas.
     Te besa ya en los ojos el

     minuto silente,
     y sigilosamente,
     deslizará en tu frente
     el filtro de los sueños,
     llenándola de seres intangibles, risueños.
Ha tiempo enmudecieron las campanas sonoras,
y el silencio resuena en ondas incoloras.

En la quietud nocturna, siento dedos de bruja,
que me punzan con una como sutil aguja
     De pensamientos. Oigo cual un 
ritmo encantado,
     el nombre del amado
     rodar lento, callado…
     Ya todo duerme, hermana,
     y tus pupilas sienten la noche. ¡Hasta mañana!
Tan sólo mi alma insomne, en la luz o en la sombra,
proseguirá rimando el verso que le nombra.


El corazón nómada
¡Dame, Alá, un oasis para acabar mi vida,
ya que fue un espejismo la tierra prometida!

Después de haber vagado en poniente y levante,
lo mismo en el desierto,
que en las mudas orillas del mar Muerto,
¡Dame, Alá, un oasis donde mi tienda plante,
para acabar en ella mi larga vida errante!...

Fui con las caravanas de la Meca a Bagdad,
sin detener mi huella,
porque leí en la estrella
tu santa voluntad.

Siempre marché cantando, mas mi cuerpo declina,
y ante Ti, polvorosa mi cabeza se inclina,
y mi garganta, seca por el simún de fuego,
en la última jornada te hace el último ruego:

¡Dame, Alá, un oasis para acabar mi vida,
ya que me fue negada la Tierra Prometida!... 


Obstinación
Desde que llevo el virus de escondidos dolores,
mis ojos, rencorosos,
se obstinan en no ver
el globo de los días claros y luminosos,
quebrando sus colores
bajo el atardecer.

Mis labios se han cerrado también, para la inútil
palabra, que el amado no habrá de recoger,
y envuelta del silencio en el vaho inconsútil,
adivino la obscura sensación de no ser.

Ya mis cinco sentidos
están adormecidos…
Mis poros ya no absorben la belleza.

El fatal
páramo en que germina mi cactus de tristeza,
me ha tornado insensible, como estatua de sal.



Los Ecos
Recogí el secreto del viento,
la voz de acento secular,
que trajo a mi oído terrestre,
los cantos y ritmos del mar.

Y trajo también, de las selvas,
honda inquietud vesperal,
y los lamentos de las almas
desde tiempo inmemorial.

Oí el murmullo de las brisas,
el rugido del huracán,
y ahora y siempre sobre mi espíritu,
esas voces flotando van.

Y por mandato del destino,
siento en mí misma gravitar,
un tumultuoso anatema
que nada puede conjurar.

Todos los ecos, desde entonces,
los del bien y los del mal,
me han seguido por los espacios,
envolviéndome en su espiral.

Y en siglos de vida o de muerte,
mi espíritu habrá de escuchar,
esa oculta onda sonora,
que no conoce valladar.



Como el verano
Entre mi boca revienta un beso maduro ya para tus labios,
como una roja fruta amorosa,
plena de mieles y anhelos sabios.

Entre mis dedos una caricia se enreda ansiosa,
presta a brotar,
como un capullo núbil de seda maravillosa,
que mis deseos habrán de hilar.

¡Oh, amado! prueba la ardiente fruta desconocida,
coge en mi mano
la seda ansiosa de mi emoción,
siega en mi cuerpo –campo de vida-
la rubia espiga de la pasión.

Bebe en mi sangre sol de verano…
¡Hoy tengo alma de la estación!



A donde tú me lleves
¿A qué saber si vienes de lejanos países,
y si allí quema el viento o flotan nieblas grises?...
¡A donde tú me lleves, mi planta irá confiada,
de tu nombre y tu patria, no quiero saber nada!

No quiero saber nada… Mi nuevo misticismo,
adora ya tus dioses con rojo fanatismo,
y arderá ante tus templos como una hoguera viva,
o taciturna llama meditativa.

¡Llévame a donde vayas, pálido aventurero!
Yo labraré tus tierras o haré brillar tu acero,
y entonando canciones, entibiaré tu hastío,
en las tardes de lluvia y en las noches de frío.

¿Qué importa de tu lengua el ritmo, si me nombras,
y que sea tu vida cual la noche, de sombras?
He de amarte lo mismo, rey o pobre proscrito,
en las hoscas montañas o en el mar infinito.



Como entonces…
Te amaré dulcemente,
con amor tembloroso de adolescente,
cual si a mis labios nunca hubiera llegado
ni la inquietud del beso, ni el nombre amado.

Te amaré dulcemente,
y las primicias
de mi alma adolescente
que tu acaricias,
te dirá sus encantos mi primavera,
con gárrulos gorjeos de pajarera.

Retozará en mis labios la risa loca,
y en vez del verbo ardiente que me sofoca,
me contarás un cuento dorado, leve,
el de los siete cisnes o Blanca Nieve.

Y por ti seré núbil eternamente,
y tendré la frescura de clara fuente,
para que en mí se apague tu sed, amado,
con un pálido vino que no has degustado.
 


Resignación
No habré de rebelarme ya nunca ante la vida…
Recibiré sus dones de luz, cansancio o nieve,
con aquel viejo gesto de escepticismo breve,
que al fin se va borrando después de cada herida.

Seré materia dúctil, y su golpear de acero
sobre el bloque maleable de mi sentir informe,
hará surgir la estatua dócil y multiforme,
que fundirá la muerte en un crisol postrero.

¡Vamos, torpes ensayos!... La fórmula escondida,
la guardo ya en mí misma tras la lucha suprema,
tras el rencor inútil de sentirme vencida.

Y sellando mis labios para la imprecación,
camino con los vientos, sin rumbos y sin lema,
con la inquietud de antaño, vuelta renunciación.

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